Comencé a estudiar Comunicación Social siendo una adolescente, una más tímida e ingenua que el promedio pues soy hija única y venía de un colegio de monjas sólo de niñas. Era de las jovencitas que aún no son muy conscientes de su cuerpo, por el entorno protegido en el cual me desenvolvía no estaba muy pendiente de mí apariencia y acostumbrada al uniforme escolar, el atuendo universitario se convirtió en una extensión cómoda de su antecesor. Cómo entraba a estudiar a la una de la tarde, con bastante calor, usaba pantalón de jean y camiseta sin mangas, una que mostraba un escote no para seducir sino por funcionalidad, pero que con unos senos grandes era definitivamente llamativo.
Cómo la chica intelectual que siempre fui tomé un pupitre en primera fila, estadística era la materia del primer año que más me preocupaba y no quería distraerme, era la "materia filtro" para los pichones de periodistas con poca habilidad y gusto por los números. Desde el primer día, cuando tomé ese pupitre en primera fila entré en el campo visual del profesor A. Él detenía su mirada sobre mí con insistencia, en cada clase, con lascivia, y debido a eso opté por cubrirme, a usar un suéter, una chaqueta, aunque tuviera que aguantar el calor, y como era de esperarse él se dio cuenta, ya sabía que yo sabía. Cambié de pupitre, comencé a sentarme hacia atrás.
Llegaron los exámenes parciales y las notas fueron absolutamente mediocres, por más que estudiara no lograba buenas calificaciones, lo frustrante era que llegaba a las evaluaciones segura y salía confiada de haber obtenido buen puntaje, pero el resultado era deficiente un 12, un 10 (sobre 20) cuando iba a preguntarle cuánto valía la prueba, me decía "eso depende" y dejaba caer su mano sobre mi hombro o sobre mi rodilla, si estaba sentada, y yo se la retiraba...sabía lo que quería, y de que dependía... pero yo lo rehuía, me sentaba más atrás, me apoyaba en mi mejor amigo que nunca me dejaba sola, tenía miedo, tenía rabia, no quería que llegarán los lunes porque estadística era la primera clase de la semana. Somatizaba la ansiedad, tenía gastritis, alergias, se me caía el cabello.
Llegó el momento del examen final, fui con el promedio mínimo, si fallaba iría a reparación por primera vez en mi vida, estudié mucho, muchísimo, presenté y salí, una vez más, segura de que el resultado fue favorable. Esa misma noche recibí una llamada de una compañera quien me dijo "hubo un problema con tu examen y el profesor quiere verte mañana a las 8 A.M. en la escuela" me extrañó tanto el método de comunicación como el mensaje, totalmente atípicos. Esa noche no dormí, pensando en mil hipótesis diferentes de lo que sucedió con mi prueba, pero nunca hubiera podido adivinar cuál sería su estrategia.
Al día siguiente llegué a la escuela, busqué mi nombre en la cartelera y ví el espacio de la calificación vacío, era el único vacío, estaban los aprobados y los aplazados, todos menos yo...pensé que mi examen se había perdido, que era lo más lógico. Volteé para hablar con mi mamá, quien me acompañaba y estaba un poco alejada y vi llegar al profesor, azorado, casi corriendo, con una carpeta en la mano, se me acerca y me dice "vamos al módulo 5, sígueme, tu examen está aquí pero quiero discutir algo contigo", módulo 5 es un pasillo largo, en el quinto piso, con muchos salones pequeños donde grupos de alumnos se reúnen a estudiar, a esa hora estaría desierto...yo me paralicé, sudaba frío, tuve taquicardias, sabía lo que pretendía, no lo seguí...al recordar ese momento hoy sólo sé que me paralicé, sentía mucha rabia no reaccioné, no pude dar un paso en su dirección ni en la contraria...y él al ver que no lo seguí volteó y vio a mi.mamá a unos pasos de mí..."esa señora es tu mamá verdad, entonces no perdamos tiempo, vamos a la escuela" dijo y entramos a la oficina administrativa, se apoyó en escritorio y sin mediar palabra sacó la hoja, colocó un puntaje en cada ejercicio, lo sumó, me calificó con 10, pidió el acta, colocó la nota y se fue.
Por no ceder al acoso sexual del profesor de estadísticas saqué 10 en la materia y gracias a eso no me gradué Magna Cum Laude. No fue el escote, él era un acosador, un perpetrador. ¿Por qué no lo denuncié ante las autoridades académicas? ¡Por miedo! Porque estaba asustada, porque tenía miedo de las consecuencias, porque era la palabra de una alumna de primer año contra la de un profesor con más de 20 años de trabajo, porque no tenía pruebas, porque quería que esa situación terminara y revivirla relatando lo sucedido hubiera sido insoportable.
Esta historia es una de tantas, fui una persona acosada, una más, una mujer entre miles millones y hoy la comparto contigo para que no se repita, para que no quede sólo en el pasado o como un número que se desdibuja porque, fuera de mi entorno más cercano, nadie lo supo. El acoso sexual se sustenta en el poder dentro de cualquier ámbito o contexto, es maltrato psicológico, es un flagelo que nos culpabiliza, tanto que mientras escribía este relato todavía buscaba los detalles de mi actitud y mi vestimenta y repasaba hechos cuestionándome, buscando una razón para haber llamado la atención de ese hombre ruin durante ese año nefasto....y resulta que no hay ninguna, en estos casos nunca la hay, la razón es que existen personas como él, hombres que se creen con el derecho de tomar el cuerpo de otro y lo intentan apretando las tuercas de su poder para doblegarte a sus deseos.
Habla en tu familia del tema. Que no se siga escondiendo, no seas parte de la cultura de la complicidad. Yo también fui acosada, hoy puedo decirlo y es liberador, pude porque otras antes de mí lo hicieron, y hoy me alegra que el tema se visibilice que en todo el mundo haya voces que se alzan sin miedo para decir que a los acosadores se les acabó el tiempo.
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