Los que no se nombra, no existe; y - paradójicamente - lo que tiene muchos nombres, tantos diferentes que cada persona usa uno distinto, tampoco. Eso pasa con nuestros genitales. La vergüenza de tenerlos se extrapola a la vergüenza de nombrarlos correctamente, en un ejercicio ontológico del desagrado. Pasa con los genitales del varón, pero aún más con los de la hembra. Nadie nombra al ojo con decenas de eufemismos como hacemos con la vagina. A las niñas de la casa se les enseña a llamar esa parte de cuerpo con nombres de cosas, de frutas, de animales, con nombres minúsculos, graciosos, los nombres anatomicamente correctos - vagina y vulva - los aprendemos en esos libros amarillentos de educación para la salud, en modelos dibujados con colores chillones que muy poco representan esa parte de nuestro cuerpo, ahí se nos dice que es la puerta de entrada de la simiente masculina y el portal de salida del bebé en el parto...suficiente información, típica de una educación sexual escueta, limitada y limitante.
Crecemos como las muñecas de plástico con las que jugamos, sin vagina, asexuadas, negando esa parte de nuestro cuerpo, como si no existiera...con miedo a mirarla, porque en ella no hay belleza, sino una función ulterior que pareciera no estará, ni siquiera, bajo nuestro control. Cuando ya somos adultas conocemos muy poco nuestra vagina y de nuestra vulva, seguimos considerándola una cosa extraña muy al margen de nuestra vida, no la integramos a nuestra feminidad, no asumimos que somos mujeres, entre otras cosas, porque nacimos con una estructura anatómica y biológica que nos define como tales, más allá de los imperativos sociales que nos dicen como ejercer nuestra feminidad.
No es de extrañar que los orgasmos se nos hagan elusivos, desconozcamos la sensibilidad de nuestra vulva y su anatomía erótica ,se nos dificulte entregarnos a la experiencia sexual sin prejuicios, y llevemos una cantidad de condicionamientos a la intimidad que bloquean la expresión de nuestra sexualidad...y ni hablar lo dífícil que se nos hace considerar el autoejercicio de la función sexual como una práctica saludable de autoexploración y autoconocimiento de nuestra respuesta sexual
Y en este continuo no advertimos como muchos nombres dados a nuestra vagina fueron convirtiéndose en insultos. Ese Coño heredado de España, al cual atamos la referencia a la propia madre, es uno de los más procaces, y lo repetimos sin pensar en momentos de frustración perpetuando ese despectivo imaginario donde no sólo las vaginas son cosas sino por ende sus portadoras, las mujeres todas, somos seres humanos de segunda clase menos valiosas que los hombres.
Aún cuando algunas feministas radicales se quejan del sustantivo vagina, porque el mismo alude a la vaina donde se guarda una espada, y por ende tiene una connotación de dominio patriarcal, este es el sustantivo más correcto, junto a vulva, para designar nuestra genitalia; y así debemos enseñárselo a nuestras niñas, sin un falso pudor, con naturalidad.
¡La vagina nos pertenece! Ahí está, quieta, silente, vilipendiada, denigrada, esperando por que sus portadoras la reclamen, aprecien su existencia, se deslastren de la vergüenza, descubran su placer, la valoren y la integren a su yo femenino.
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2 comentarios:
Me encantó su descripción. Tenemos, las mujeres y futuras madres que educarnos para educar al resto de la sociedad. Gracias por tan valioso aporte
Hola María Gabriela!
Mil gracias a tí por tu comentario. Así es!
Un abrazo :)
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