Sexo y Amor son dos cosas diferentes que puede ir juntas, así lo aprendimos los sexólogos cuando estudiamos, sin embargo, en mi práctica profesional he visto los desastres emocionales que produce el sexo meramente recreativo en nosotras las mujeres.
Hay una realidad innegable, tras el orgasmo nosotras segregamos
oxcitocina, la hormona del apego, que unida a la vasopresina y a la dopamina
generan un coctel de vulnerabilidad emocional no apto para “amigos con
derecho”. Esto va más allá del condicionamiento sociocultural, es biológico,
científico...no controlable por nuestra mente.
Ovulamos una vez al mes, sabemos que nos puede suceder si
tenemos sexo, quedar embarazadas, y esa improntación atávica desde nuestras
antepasadas de las cavernas nos indica la importancia de conocer a aquel a
quien entregamos nuestro cuerpo, así que establecer confianza a través del
vínculo afectivo era la manera de garantizar que si un hijo venía el padre era
capaz de hacerse responsable.
En este siglo somos mujeres independientes, activas, y
tenemos a nuestra disposición métodos anticonceptivos pero existe una falsa
percepción de que ser empoderadas y fuertes es tener sexo desprovisto de
afecto, nada más contrario a nuestra propia naturaleza.
Muchas mujeres solteras adultas caen en la presión de
involucrarse en el sexo sin compromiso, y aunque lo nieguen, nunca dejan de
albergar la esperanza de que estos encuentros den paso a una relación
comprometida, cosa que sólo ocurre en contadas excepciones porque los hombres saben
separar muy bien sexo de amor, no sólo por un tema de condicionamiento cultural
sino también de biología.
Cuidamos nuestra salud sexual y reproductiva, pero es
imperativo mirar más allá, hacernos cargo de nuestras emociones y nuestra salud
mental la cual se vulnera cuando nustra realidad no coincide con el universo
subjetivo de nuestra mente y...cuán dificil es no enamorarnos cuando tenemos
sexo, no idealizar, no esperar respeto y compromiso.
En esta época de redes sociales, de atraccción al primer click,
de gratificación instantánea, la conquista, la procura, la espera erotizada y
el valor de esperar parecen conceptos caducos.
A los humanos no nos guía el instinto, nuestro deseo lo
activa el placer, por eso el sexo es un reforzador positivo tan poderoso, con
la capacidad de llenarnos de alegrìa y vitalidad, pero todo esto se desvirtua
cuando el sujeto con quien compartimos ese espacio sagrado está, pero no está
del todo, entrega su cuerpo, pero no sus sentimientos, generándonos un vacío
innegable y un sufrimiento agudo.
Aristóteles, Santo Tomás y Buda coincidieron en que negar la
propia naturaleza es la receta para la infelicidad...eso estamos haciendo las
mujeres cuado jugamos a “ser liberadas” ejerciendo una conducta sexual no
comprometida o promiscua, nos traicionamos a nosotras mismas.
¿Es esto la romantización del sexo? Si, por qué no admitirlo,
es también la promoción de la pareja estable como espacio para una intimidad
responsable, placentera, gratificante, lúdica, pletórica de imaginación y
variedad, un espacio para el erotismo y la comunicación que se construye entre
dos guiado por el amor.
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