…y si tienes
hijos adolescentes más aún
El pasado fin de
semana cumplí la tarea pendiente de ver Sex Education, en modo maratón, y quedé
absolutamente fascinada por la inteligencia del guión, la verdad de cada
historia, lo bien construidos que están los personajes y también con la
dirección de arte, esa explosión de colores y décadas que le dan un clima tan
actual como vintage, tan atemporal.
Ya había leído
algunas críticas de personas ultraconservadoras, de los aterrorizados por la
“ideología de género” y las teorías conspiranoicas, y perdonen todos, muchos de quienes se escudan en su interpretación ortodoxa del cristianismo, son unos crasos y supinos
ignorantes de la realidad, parece que nunca fueron adolescentes, o viven en la
negación de sus deseos (sexuales y no sexuales) atrapados en el deber ser
social.
El género es el
sexo social, si…sexo no es sólo la relación sexual, es lo que somos, es cómo
nos integramos a la sociedad en cuanto y tanto somos seres sexuados, son los
roles asociados a ser varones y hembras, y el diálogo con lo que la sociedad
espera que sea natural para cada uno, es como expresamos nuestra identidad, es
cómo nos vestimos, es a quien amamos, todo eso forma parte del sexo como
continuo, y desconocerlo es negarnos a nosotros mismos.
El arco de la
escuela y sus integrantes como ente, que esperaban una mayor libertad con el
cambio del director y se encuentran con mayor represión y desinformación, es el
arco dramático real que viven las personas que niegan hablar sobre sexo,
estudiar sobre sexo, aprender sobre sexo basándose en argumentos morales y
tradicionales.
Después de ver la
serie, inevitablemente pensé en mis años en el colegio de monjas, donde la educación
sexual fue escasa, en la mirada atónita de la compañera que se salió del salón
mientras yo daba una exposición de cómo poner el condón correctamente – a una
banana – con la intención de denunciar a la directora “semejante falta de
respeto”, de la alumna embarazada en cuarto año que fue expulsada, de los
cuatro pares de zapatos en el baño que vi asombrada una vez que fui en horario
de clase, de las aburrídisimas clases de religión que sólo eran soportables
leyendo una revista española que tenía sección se preguntas y respuestas sobre
sexo – escondida dentro de un libro -, de las misas, única oportunidad para ver
a los chicos del colegio hermano, de las verbenas, donde la monja, silbato en
mano, nos hacía separar del baile – muy apretado para su gusto – con los
muchachos, la chica popular que me preguntó si un ginecólogo podía darse cuenta
de que no era virgen a través de un ecosonograma abdominal (si, yo era la niña
nerd y rara, era un poco Otis, y un poco Maeve)
…y también
recordé los primeros años de universidad, las confesiones de las amigas
empatadas con novios abusivos o inseguros, mi primer beso (tardísiiimo para los estándares), las
historias de los amigos gays y la
tortura que experimentaron al de salir del closet con los compinches más
cercanos con el miedo de ser expuestos a los demás, los chismes sobre las que
habían abortado, las madres solteras, los relatos de la experiencia de crecer
como hijos de padres divorciados, que ahora tenían novias y novios, la
sensación agridulce de no venir de una “familia constituida, núcleo fundamental
de la sociedad”, la aspiración de hacerlo diferente, mirar la historia de
“aguante” de los abuelos como referente – aunque años de abuso y maltrato se
escondieran bajo tupidas alfombras -.
Cómo nos
enamoramos, la forma en la cual nos vinculamos románticamente, lo que
consideramos una relación sana, cómo nos aceptamos y nos amamos, la forma en
cómo percibimos nuestra familia, aquello que experimentamos como un triunfo o
un fracaso en el amor está atravesado e influido por lo que aprendemos acerca
del sexo, es decir, de nosotros mismos.
El gran regalo de esta producción audiovisual es la
amistad, las lecciones de autenticidad y complicidad entre pares y entender que
nadie, tampoco los adultos, tienen la vida planificada y perfecta que alguna vez
asumimos era la receta de la felicidad. Se trata de amarse, aceptarse,
conseguir tu pasión, y conectarse con el amor de otro que, desde su perfecta
imperfección, resuena contigo.
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